Since Josh Kun’s cover profile of Tijuana Mayor Jorge Hank Rhon was published in the Weekly on February 15, it has received unusual attention in the Mexican press: Stories have appeared in Reforma, the largest newspaper in Mexico, as well as the Tijuana weekly Zeta. And this week, the entire Weekly story is reprinted in Proceso, the Time magazine of Mexico. Below is Lucia Luna’s translation for Proceso.

POR JOSH KUN

En Tijuana hay un viejo chiste sobre un grupo de perros que vive al lado sur de la frontera. Todos son locales, menos uno, que cada día llega a visitarlos desde La Jolla, el precioso enclave costero al norte de San Diego, donde los prados son verdes aun en la más seca de las sequías. El perro de La Jolla les cuenta a los de Tijuana la buena vida que lleva allá. Fanfarronea de que corre por un enorme jardín lleno de hermosas flores y pasto recién cortado, de que sus dueños lo alimentan con trozos de filete mignon y salmón ahumado; y de que, en la noche, lo dejan saltar a la cama con ellos y luego, en la mañana, acurrucarse sobre sábanas de algodón egipcio de 300 hilos. Los perros de Tijuana se muestran incrédulos.

“Si te va tan bien allá”, le preguntan al perro de La Jolla, “¿entonces por qué siempre cruzas la frontera para estar con nosotros aquí en Tijuana?”

“Oh, eso muy sencillo”, contesta el perro de La Jolla. “Vengo a Tijuana a ladrar”.

En Tijuana los perros ladran por todas partes. En las ajetreadas esquinas de los semáforos, junto a niños que hacen malabarismos con viejos palos encendidos como brasas; a la entrada de tiendas de amortiguadores, amarrados a postes metálicos; debajo del chassis chorreado de aceite de un Chevy abandonado en un tiradero de basura; en cualquier calle por donde trotan, en grupos pandilleriles de desafortunadas cruzas, hasta que son atropellados o mutilados o enjaulados por la fuerza en la cochera de alguna casa. En Tijuana lo que se escucha son los escapes de los coches, el rechinido de los frenos gastados, el silbido de los taqueros, las canciones de los trovadores armados con acordeones de juguete, que piden una cuantas monedas, y los ladridos de los perros.

Sin embargo, ninguno de estos perros ladra. Deben ser unos veinte. La mayoría está echada; algunos están durmiendo, otros jugando, pero todos tienen un caminar indolente y hocicos amenazadores. Estos no son perros callejeros. Son mascotas que se encuentran detrás de la verja de una calle que conduce hasta una imponente mansión, ubicada sobre la arbolada ladera de una colina que se eleva por encima del centro de Tijuana. Los perros y la reja están ahí no se sabe si para proteger a la casa del mundo exterior, o al mundo exterior de lo que hay dentro de la casa.

La casa pertenece a Jorge Hank Rhon, el presidente municipal o alcalde de 48 años de Tijuana, quien ocurre que además es uno de los hombres más ricos y abrumados de escándalos en México. Además de ser el dueño del hotel y centro comercial Pueblo Amigo, en Tijuana, Hank encabeza el Grupo Caliente, un imperio de centros de juego y diversión que incluye el hipódromo de Agua Caliente en Tijuana, y una cadena clandestina de casas de apuesta a lo largo de todo México. También es uno de los principales traficantes mexicanos de especies animales exóticas y en peligro de extinción.

Hank vive en esa casa con su tercera esposa, María Elvia Amaya de Hank, miembro de la élite social de Tijuana. Algunos lo han apodado a él como Gengis Hank y, a ella, como Hankita Perón.

La casa se yergue en la cima del complejo privado de Hank. Debajo de ella se asienta el hipódromo de Agua Caliente, que Hank tomó en sus manos en los años ochenta, mucho después del auge de la era de su prohibición como lugar de escape al sur de la frontera para la gente de Hollywood. Entre la pista de carreras y la residencia, se extiende la bucólica área de esparcimiento personal de Hank, que incluye una plaza de toros y un extenso zoológico privado, que alberga a alrededor de 20 mil animales. Muchos de ellos se encuentran enjaulados en los patios posteriores del hipódromo, donde pasan desapercibidos para los tijuaneneses y los gringos que, Tecate en mano, lanzan números como desesperadas plegarias hacia donde arrancan los galgos. Una vez al año, Hank aloja a una raza especial y hace que su cría privada de monos miniatura monte a los perros como jockeys.

La palaciega entrada a Agua Caliente se encuentra flanqueada por jaulas con osos borrachos y tigres letárgicos que apestan a heces y orina rancia. Una tarde de sábado, el año pasado, uno de los osos entró en un trance de parálisis, con el hocico babeante aplastado contra los barrotes y bajando y subiendo sus patas como un robot, en una serie de movimientos repetitivos que lo hacían bailar en el mismo lugar. Sus ojos dejaron de parpadear.

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Junto al edificio principal del hipódromo, se encuentra lo que los cuidadores llaman “la capilla”. Dentro no hay nada que honrar — sólo un aire pesado y húmedo que flota sobre el piso de ladrillo, terrarios que alojan a aves extrañas y un leopardo catatónico que da vueltas de un lado al otro. La estatua de un galgo echado vigila el espacio.

Los terrenos del zoológico se extienden hacia arriba de la colina con un extenso aviario y una serie de establos donde camellos y llamas caminan en círculos. También hay leones, jaguares, pumas, osos grises, avestruces y tigres de bengala blancos, el animal más controvertido de Hank. En el mundo sólo existen 500 tigres blancos y Hank posee tres de ellos. En 1991, un cachorro de tigre blanco que nació en el zoológico de Hank fue encontrado por agentes aduanales en el asiento trasero de un Mercedes-Benz, cuando regresaba a Tijuana de Estados Unidos, donde había hecho una presentación en la fiesta de cumpleaños de una de sus sobrinas. Hank no estaba en el automóvil y alegó no tener conocimiento de la visita, a pesar de lo cual recibió una multa de 25 mil dólares por la posesión y contrabando de una especie en peligro de extinción.

Los perros en el camino de entrada constituyen sólo una fracción de su colección canina. Se calcula que tiene 400. También se dice que posee 600 caballos, algunos de los cuales donó recientemente a la policía metropolitana, para sustituir a las patrullas en las colonias pobres de más difícil acceso en las colinas de Tijuana. En 1989, uno de los chitas de Hank escapó del zoológico y fue atropellado por una Pickup en las calles de Tijuana. Antes de que la policía apareciera en la escena del crimen, el animal lesionado fue furtivamente regresado al zoológico por los guardias de Hank.

Hank ha sido abierto en su amor hacia los animales. “Llevo en mí algo de sangre animal”, dijo al Washington Post en 2004. En una entrevista con Frontline en 1997, externó con sarcasmo que “me preocupan mucho más los animales que los humanos. Así que cuido a los animales. Los humanos pueden cuidarse a ellos mismos”. Hank tiene 18 hijos con cuatro mujeres diferentes. Algunos de ellas llevan apodos de animales.

Repentinamente los perros empiezan a ladrar. Las puertas de acero se abren y una caravana de autos sedán negros y Suburbans de Chevrolet enfila hacia fuera. Los vidrios polarizados impiden ver hacia dentro de ellos, pero las calcomanías de campaña de Hank adornan cada uno de los parabrisas traseros. Conforme bajan por los caminos de tierra del zoológico hacia el agitado tránsito del boulevard Agua Caliente, la verja se cierra otra vez y los perros vuelven a ser los únicos perros en Tijuana que no ladran.

Cuando Hank era un niño en Santiago Tianguistenco, un pequeño poblado en el centro de México, su padre le construyó un zoológico con avstruces, zebras, camellos e hipopótamos. El zoológico era únicamente para Hank, pero fue construido sobre las tierras tradicionales de los indios matlazincas, tierras que pertenecían al poblado. Pero, ya entonces, los hombres de la familia Hank no prestaban mucha atención a la línea divisoria entre el patrimonio privado y el interés público.

El padre de Hank, Carlos Hank González, un político y antiguo maestro de escuela, apodado “el profesor”, nació en la pobreza y nunca llevó a casa un salario que superara los 200 mil (dólares anuales). Sin embargo, antes de morir en 2001, de acuerdo con las estimaciones de Forbes, había amasado una fortuna de más de 1,300 millones. El “dinosaurio” más icónico del partido político más dinosáurico de México, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), vivió de acuerdo con su indigno lema: “un político pobre, es un pobre político”. Cuando fue regente de la Ciudad de México, se hizo famoso por otorgar los proyectos de construcción de la ciudad a compañías en las que él mismo tenía intereses económicos. Y muchos creen que cuando fue secretario de Agricultura del desacreditado presidente Carlos Salinas de Gortari, ayudó a éste, y a su hermano Raúl, a resguardar sus fortunas ilícitas en cuentas extranjeras.

“Hank no sólo representa a una de las familias más ricas de México”, dice en entrevista telefónica, desde su oficina en el Colegio de la Frontera Norte, el científico político Tonatiuh Guillén. “Representa el sinónimo de una familia con una de las formas más cuestionables de hacerse rico — una clásica doble función, que utiliza los servicios públicos para financiar la riqueza privada”.

Sin embargo, a diferencia de su padre y hermano, Jorge Hank nunca hizo de los negocios o de la política su principal prioridad. Formado como ingeniero industrial, se involucró en el tráfico de animales y en los juegos de apuesta; se dejó crecer el pelo y lució una barba hirsuta que combinaba bien con sus botas de piel de cocodrilo (de las cuales ahora posee más de 400 pares). A mediados de los setenta, Hank empezó a comprar jirafas y elefantes; y, para 1979, ya era co-dueño de la primera empresa mexicana que traficaba delfines en grande, Convimar. De acuerdo con reportes en 1999 de fundaciones de protección de mamífertos de Argentina y México, Convimar capturaría los delfines en Cuba y, después, los importaría para acuarios de México y Sudamérica o los pondría en la nómina de espectáculos de parques acuáticos itinerantes.

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En los ochenta, Hank se asoció con otro hijo de la élite política, David Ibarra, para emprender la Promotora Beta, una compañía de mascotas exóticas que se especializó en la compra de manatíes, cachorros de puma y enormes cantidades de pájaros en vías de extinción, que contrabandearía de Indonesia hacia Estados Unidos en yates privados. En 1989, el Servicio de Pesca y Fauna Silvestre de Estados Unidos detectó un cargamento de cacatúas indonesias ilegales en el equipaje del Grupo Caliente. Hank e Ibarra también compraron Reino Aventura, un parque de animales salvajes en la Ciudad de México; y luego pagaron 350 mil dólares por Keiko, la orca que más tarde Reino Aventura prestaría para estelarizar la película Liberen a Willy (para esa época, Hank e Ibarra ya habían vendido el parque a Televisa). Reino Aventura se vio involucrado en una controversia, cuando activistas de derechos de los animales en Estados Unidos acusaron al parque de mantener a Keiko en un estanque demasiado pequeño para su tamaño, lleno de sus propios excrementos y con agua que mezclaba cloro con sal artificial. En 1995, la orca fue mudada al Acuario Costero de Oregon.

“Mi único vicio son los animales”, contó Hank alguna vez a la revista Proceso. Y también es el único vicio por el que ha estado más cerca de ir a la cárcel. En 1991 se le vinculó directamente con un acuerdo ilícito para la compra de un gorila en riesgo de extinción, el cual fracasó, pero por el que nunca se le levantaron formalmente cargos. Su más famoso escándalo aduanal se dio en 1995, cuando fue atrapado llevando una maleta llena de colmillos de marfil, sacos cubiertos de perlas y abrigos hechos con pieles de ocelotes en riesgo de desaparecer. El único otro vicio que ha admitido, es un tipo de cleptomanía particular: le gusta robar ceniceros de los restaurantes.

En el mundo del narco los animales y las drogas tienen una relación simbólica. Los desaparecidos jefes del cartel de Tijuana, Benjamín y Ramón Arellano Félix, llevaban apodos propios de un panda: “El Min” y “El Mon”; y su hermano Javier, que todavía vive, es conocido como “El Tigrillo”. Y luego está la animalización de las drogas mismas. Un popular narcocorrido de los Tucanes de Tijuana se titula “Mis tres animales”, en referencia a un código común en el mundo del narcotráfico: pericos son cocaína, gallos mariguana y cabras heoroína. “Yo vivo de mis tres animales”, cantaban los Tucanes, “a los que amo más que a mi vida. Con ellos gano mi dinero y ni siquiera tengo que comprarles comida. Son animales muy finos: mi perico, mi gallo y mi cabra”.

Se ha sugerido que en el mundo de Hank la relación entre animales y drogas es tan real como simbólica. El controvertido Informe del Tigre Blanco, un documento del Departamento de Justicia llamado así por el amor de Hank a este tipo de tigres, lo vinculó con el cartel de Tijuana. “Jorge es más abiertamente criminal que su padre o su hermano”, decía el informe, “y se le considera inclemente, peligroso y proclive a la violencia. Si bien el informe fue desechado por la Procuradora General Janet Reno (y refutado vehementemente por la familia Hank), por considerar que no era concluyente ni implicaba responsabilidad legal, éste sin embargo alimentó los viejos rumores sobre los lazos de Hank con la economía internacional de las drogas.

Más de diez años antes, el reportero Héctor “Gato” Félix Miranda — un antiguo amigo de Hank — empezó a analizar en su popular columna para Zeta, el principal semanario de Tijuana, los alegatos de los turbios nexos de Hank y el uso de drogas en las fiestas de jóvenes. En 1988 fue acribillado. Un guardaespaldas de Hank y un guardia de seguridad de Caliente fueron detenidos por el crimen. A Hank nunca se le levantaron cargos formales, pese a que, desde entonces, el director de Zeta, J. Jesús Blanco Ornelas, quien fundó el periódico junto con Félix en 1980, ha publicado en él todos los días un desplegado de una página completa acusando a Hank de haber ordenado el asesinato, y exigiendo al gobernador del Estado levantar cargos criminales: “Jorge Hank Rhon: ¿por qué me asesinó ti guardaespaldas Antonio Vera Palestina?”

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Supuestamente

Cuando en Tijuana se habla con la gente, se oye esta palabra con mucha frecuencia. Desde amas de casa hasta taxistas, desde pintores hasta contadores, resuena por toda la ciudad como si fuera su primer nombre: Supuestamente Hank. Los hechos comprobados son pocos. Los rumores son infinitos, con frecuencia exagerados, y nadie duda en compartirlos.

Supuestamente Hank mata cada tres meses a uno de sus tigres para comer sus testículos y poner bilis de tigre en su tequila.

Supuestamente Hank no le robó a uno de sus mejores amigos a María Elvia Amaya, sino que se la cambió por un hotel.

Supuestamente no fue una mera coincidencia que, después de que los gatilleros de los Arellano-Félix asesinaran al cardenal Posadas en el aeropuerto de Guadalajara en 1995, Hank estuviera en primera clase del mismo vuelo de Aeroméxico que regresaba a Tijuana.

Supuestamente Hank cruza especies de animales y tiene un leontis, un león cruzado con un tigre, en los terrenos de su zoológico.

Supuestamente, todo el que mire durante mucho tiempo a un tigre blanco va a acabrá muerto.

De alguna manera es perfecto. Tijuana es la ciudad más mitologizada de México. La leyenda negra. El show del burro. La fiesta para mayores de 18 que nunca termina. Sodoma y Gomorra con estacionamiento para estadunidenses. El lugar más feliz del mundo.

En este sentido, Hank podría ser el alcalde idóneo para Tijuana; un híbrido de mito y realidad gobernando una ciudad que depende del malentendido entre los dos para su sobrevivencia económica. ¿Quién mejor que Hank para gobernar una ciudad que tiene a Juan Soldado, un asesino y violador confeso, como su santo no oficial? ¿Quién mejor que un rey de las apuestas y traficante de animales con supuestos vínculos con el narcotráfico, para dirigi una ciudad inextricablemente atada a la economía de drogas y turismo del TLCAN?

Después de todo, California nació de aterradores mitos derivados de las alucinaciones diurnas de la imaginación europea. En el siglo XV, los cartógrafos creían que se trataba de una isla de terror y magia, llena de elefantes, tigres y amazonas negras con un solo pecho, provistas con refulgentes armas de oro. En la épica Las labores del muy bravo caballero Esplandian, escrita por Garci Rodríguez de Montalvo en 1510, la isla de California era imaginada como una especie de “paraíso terrenal” habitado por bestias feroces y manadas de grifos, creaturas míticas que combinaban la cabeza de un águila con el cuerpo y la cola de un león.

El sentido común de la cartografía actual es, justamente, subrayar cuán equivocados estaban los primeros cartógrafos que influyeron a Colón y a Cortés cuando, en realidad, no lo estaban tanto — (Baja) California acabó siendo una península rodeada por agua y pequeñas islas. Hace veinte millones de años, el agua partió a México en dos y obligó a un brazo de tierra de 1,300 kilómetros de largo, en su extremo noroccidental, a separarse del macizo continental. Quedó sujeto en su parte alta a la mitad del desierto de Sonora, y se apartó hacia el oeste en una franja seca y montañosa que se extiende hacia el sur por casi 100 mil kilómetros cuadrados.

La nueva penísula, con dos veces el largo de la Florida, una estrecha bota italiana a la que le falta el tobillo, quedó acunada por el mar, con el Océano Pacífico en una costa y el Golfo de Cortés en la otra. Monstruos habitaron el lado del Pacífico. Había ahí Hadrosauros, aquellas gigantescas bestias tipo ornitorrinco de 23 toneladas, con miles de dientes y huesos que las hacian erguirse hasta 50 pies; y amonitas, serpientes de cien libras con conchas como cuernos de carnero; e hyracoteriums, caballos tan pequeños como los perros que hoy dominan Tijuana. Vivieron acompañados de camellos, bisontes y mamuts, hasta que todos acabaron como fragmentos óseos en las rocas.

Ahora ahí hay nuevos monstruos. El Pacífico los engendra: Anarrhichthys ocellatus, anguilas y peces lobo, y Mirounga angustirostris, elefantes marinos de cuatro toneladas, a los que se conoce por la permanente expresión de angustia en su cara. Lloran “lágrimas de gelatina” y son “infinitamente tristes” escribió alguna vez el historiador de Baja California, Fernando Jordán. “Verlas provoca dos sensaciones: una de náusea y otra de compasión.

Las enormes focas se amontonan en la Playa de los Elefantes sobre la orilla norte de la Isla de Guadalupe, el tobillo faltante de la península que flota millas al oeste del Puerto de Santa Catarina. Los animales pululaban por la isla hasta fines del siglo XIX, cuando los cazadores la vaciaron por sus pieles. Ahora no quedan nada más que cabras, gatos y ratas que se reproducen interminablemente, dejando yerma la tierra. Los biólogos llaman a la isla “el cementerio biológico”.

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Y, sin embargo, muchos creen que toda la vida animal y marina de Baja California se inició más al norte de Guadalupe, fuera de las costas de la propia Tijuana, en las Islas Coronado, que atisban en el horizonte del Pacífico como fósiles flotantes de otra era. De acuerdo con el mito local, la isla fue alguna vez hogar de Cíclopes y dragones. Nereidas se deslizaban desde las rocas y sirenas ataraían con su canto a los exploradores españoles que buscaban el reino encantado del paraíso.

En Esplandian, la isla era gobernada por una reina.

En Tijuana, la isla es gobernada por un rey.

Cuando llegó el momento de que la gente de Tijuana escogiera un nuevo alcalde en 2004, ni los mitos que giraban en torno de él ni sus supestos tratos criminales lograron evitar que Hank llegara al cargo. En las encuestas, a los pocos que depositaron su voto (escasamente tres de cada diez tijuanenses votaron en la elección de 2004) no pareció importarles mucho el pasado de Hank. Les importaron más sus promesas para el futuro. Hank y el PRI, partido que heredó de su padre, lograron sacar la victoria a Jorge Ramos, cuyo partido, el PAN (Partido Acción Nacional) había detentado el poder desde 1989. Hank llenó su campaña con promesas como remodelar Tijuana según la imagen de San Diego, mejorar las condiciones de vida en las colonias pobres, aplastar los cárteles de la droga, pavimentar las calles y remodelar las escuelas y, sobre todo, hacer de Tijuana una ciudad más segura. Uno de los espectaculares de su campaña mostraba a Hank sosteniendo con mano firme unas esposas y decía: “A mi no me va a temblar la mano”.

A lo largo de la campaña, Hank argumentó que en realidad él no era tan diferente de Tijuana. Como la ciudad, él tenía una mala reputación que necesitaba ser limpiada. Como la ciudad, él era víctima de los medios. Como la ciudad, él lo único que quería era ser mejor.

Así que hizo lo que todo magnate renegado hace cuando compite por un cargo en una ciudad sitiada por la pobreza. Hizo pública su cuenta bancaria personal. La lógica era que si la gente sabía que tenía 500 millones, pensaría que no la iba a robar. Torcida como era, la lógica funcionó.

“El problema fue que nadie habló sobre cómo hizo todo ese dinero”, dijo una reciente mañana de sábado el poeta Roberto Castillo Udiarte. “Cuando le pregunté a un tipo por qué votaba por él, contestó ‘porque hace distribuciones, fiestas para el Día de las Madres y regala bicicletas. Eso es lo que yo necesito: alguien que me dé algo. Créame, él va a ganar, porque la gente quiere a alguien que le dé algo sin quitarle nada’ ”.

Son apenas las diez de la mañana y Castillo ya le está “entrando” a unas micheladas y a unos tacos de camarón en un balcón que contempla el mar sobre las Playas de Tijuana. Los tacos están envueltos en papel de cera sobre una mesa de plástico todavía húmeda por la neblina de la mañana, y una banda norteña de un solo hombre empieza a tocar “La Frontera Roja”, un clásico de los Tucanes. “La llaman la frontera roja”, canta el hombre con sombrero vaquero y hebilla de latón, mientras hace sonar ruedas agujeradas de tambor que cuelgan de una correa anudada a su cuello, “por toda la sangre que corre a través de ella”. Justo bajando la playa, la oxidada cerca fronteriza que alguna vez entró hasta 50 yardas en el Pacífico se encuentra en reparación, dejando libre un estrecho paso de arena que, por lo menos hoy, es el único punto en la frontera Tijuana-San Ysidro que no está bloqueado por una barda, una cerca o una reja.

“Después de que ganó, la primera foto que se publicó de Hank en Frontera lo mostraba frente a un gran retrato de él mismo, pero con la cara pintada como un payaso”, dice Castillo. “Era absurdo. ¿Fue intencional? ¿Se estaba burlando de nosotros?”

El novelista y ensayista tijuanense Heriberto Yépez está de acuerdo con las críticas de Castillo hacia Hank, pero visualiza al alcalde como parte de una tendencia internacional más amplia. “Wilhelm Reich explicó que Hitler llegó al poder porque las masas tenían miedo de la libertad y Hitler les garantizaba que no tendrían lo que temían”, dice Yépez, cuya novela A.B.U.R.T.O. imagina la vida de Mario Aburto Martínez, el trabajador de la maquila de Tijuana que metió una bala en la cabeza del candidato presidencial del PRI en 1994. Alguna vez se rumoró que el atentado fue maquinado por el padre de Hank. “Es la misma razón por la que Tijuana eligió a Hank, California eligió a Schwarzenegger y Estados Unidos eligió a Bush. Vivimos en una época de absoluta mediocridad, de huída de la libertad”.

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Desde que asumió el cargo, Hank ha sido un alcalde de humor impredecible, que utiliza su enorme riqueza para convertir lentamente a todo Tijuana en una extensión de su reino Caliente. Primero estuvo el asunto de cambiar el color de los taxis de la ciudad de verde a rojo (el color favorecido por el PRI). Luego, el de instalar 300 cámaras de seguridad con video de alta definición por toda la ciudad, emulando una acción similar años atrás en el hipódromo. Después vino la fiesta que organizó el año pasado para el Día del Padre. En un país donde el Día de la Madre es casi una fiesta nacional, Hank llevó a 11 de sus hijos a la primera celebración del Día del Padre en el Palacio Municipal, que incluyó el reparto de teléfonos celulares y televisores, y presentaciones de papás vestidos de Batman y SpongeBob. El león de la D.A.R.E., la campaña antidrogas, también hizo su aparición.

“Hank explota el estereotipo del político populista”, dice Sergio Brown, un educador y artista de video tijuanense. “Se presenta a sí mismo como un Santa Claus urbano”.

Esta imagen quedó públicamente en duda el verano pasado, cuando Hank derribó quince árboles en el parque más antiguo de Tijuana, con el fin de organizarle a la ciudad una fiesta por su cumpleaños número 116. El problema estuvo en que nadie de la ciudad fue invitado a la gala de tapete rojo, más que miembros selectos de la élite que pagaron 300 dólares por los boletos (las ganancias fueron para el DIF, la organización nacional de asistencia a la niñez, encabezada localmente por la esposa de Hank). Hubo actuaciones de la Orquesta Sinfónica de Baja California y de La Banda Musicale della Polizia di Stato, una banda de policía italiana que Hank hizo traer desde Roma. El menú incluyó mousse de salmón y filete mignon. Seis cuadras de seguridad mantuvieron al resto de Tijuana alejado. “Nunca un acto conmemorativo de la ciudad la dividió tanto”, reportó Carlos Domínguez en Zeta.

“Celebrar fiestas es todo lo que ha hecho esta administración”, dice Tonatiuh Guillén. “No importa lo que sea, el aniversario de Tijuana, el Día del Padre, el Día de la Madre. De lo que se ha tratado es de hacer fiestas, y luego de las controversias en torno de las fiestas. Tiene el sentido de un circo, la vieja idea corporativa de ofrecer a la gente algún tipo de entretenimiento y distracción de los aspectos de servicio que realmente necesitan. Tal vez estén esperando al 2006 para hacer cosas más importantes; pero por ahora sólo hay una tremenda inercia y una verdadera pobreza del debate público”.

Yépez agrega: “La ciudad va a tener el mismo destino que el hipódromo de Hank. Se va a convertir en un lugar de fiestas populistas y, en última instancia, en un zoológico para el PRI”.

Probablemente la medida más extraña de Hank fue su decisión de pedir en julio pasado a todos los vendedores callejeros de Tijuana que usaran trajes folclóricos (muy al estilo de los que usan las meseras en la cadena mexicana de restaurantes Sanborn’s, o una exposición de “México” en Epcot). Hank dijo a la prensa que le gustaban los trajes porque eran “limpios”, “coloridos” y se veían “alegres”, y además ayudarían a los turistas a “sentir México”.

Desafortunadamente, la gente que los porta regresa a casas hechas con puertas recicladas de garaje de los Estados Unidos, en las que no hay agua corriente. La mayoría en Tijuana lo toma como una broma cruel: los trajes son un abierto intento de disimular la verdadera pobreza que Hank — quien apenas hace unos meses contrató al Cirque du Soleil para actuar en su fiesta de cumpleaños — prometió tan vehementemente remediar.

Pero probablemente, más que nada, el obligado cambio de indumentaria exhibe el corazón del TLCAN que late en Hank. Oveja negra hija de la administración Salinas que estampó su firma sobre la línea punteada del TLCAN, él es el primer alcalde de Tijuana verdaderamente orientado hacia el libre comercio, que ve a su propia ciudad como la vería un norteamericano (después de todo, Hank posee una casa en Vail); un Disneylandia al sur de la frontera que debe ser lo suficientemente seguro para que los estadunidenses vengan a jugar, perder su virginidad en salones de masaje, comprar Viagra y Retin-A baratos y dejar que su grasa sea liposuccionada por 15 dólares diarios en “clínicas de moldeado”, pero todavía lo suficientemente exótico como para que piensen que están haciendo un viaje al pasado. El viejo México, pasando por alto que Tijuana es una metrópolis manufacturera de más de dos millones de habitantes, a la que cada día arriban miles de migrantes en busca de trabajo. Ni hablar de los vendedores, que no ofrecen artefactos mayas, sino DVDs piratas de Tom Cruise y lentes de sol Gucci de imitación.

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“Si uno ve a Tijuana como forastero”, dice el escritor y blogger tijuanense Rafa Saavedra, “entonces supongo que Hank podría parecer un verdadero alcalde de Tijuana. Pero habría que preguntar de qué Tijuana estamos hablando. Él representa una visión de Tijuana que no existe, una que está anclada en el pasado, que reduce a la ciudad al prototipo fallido de un San Diego idealizado”.

Por todo lo que Hank ha hecho mal, hay una cosa en la que todos están de acuerdo ha hecho muy bien: establecer que él no le rinde cuentas a nadie. En Tijuana, Hank es la ley. En la conferencia de prensa del día de su elección, declaró que el presidente mexicano, Vicente Fox, quien es miembro del PAN, no es “su” presidente. En un desaire muy publicitado el pasado febrero, Hank recibió en el aeropuerto de Tijuana en forma inamistosa a Fox, con un apretón de manos y un abrazo meramente protocolarios. El encuentro de bienvenida duró únicamente cuatro segundos. En lugar de con él, Fox se fue con el alcalde de Tecate a hacer un recorrido por las maquiladoras.

La normatividad local tampoco le ha importado mucho. En julio, al llegar al aeropuerto de Tijuana después de una gira fuera de la ciudad, Hank y sus guardaespaldas ignoraron una serie de rudimentarios puestos de policía y de aduanas, y fueron escoltados por diez patrullas con la sirena abierta durante todo el camino de regreso hasta el complejo de Caliente. Hank le restó importancia, diciendo a los reporteros que pensó que la policía quería ser amable con él y le ofreció escoltarlo a casa.

“A él nunca le pasa nada”, dice Guillén. “Nunca se hace un cuestionamiento. Nunca se le responsabiliza de sus actos. Estos son síntomas de algo mucho mayor, de una pérdida total de márgenes. Él no tiene límites”.

Las oficinas editorales de Zeta están metidas en una tranquila calle que se aleja del agitado tráfico del arbolado Boulevard Las Américas. No hay ninguna dirección ni ningún signo que se pueda leer en el frente, sólo un hombre con lentes oscuros que porta un rifle largo en la sombra vespertina de un par de Suburban negras estacionadas; la polarización de sus vidrios es negra como la noche. Dentro, la única decoración que hay sobre las paredes del estrecho y claustrofóbico vestíbulo — separado del resto de la oficina por una gruesa mampara de vidrio a prueba de balas y una puerta de seguridad — es un trío de fotografías de empleados de Zeta muertos en el cumplimiento de su deber.

J. Jesús Blancornelas casi fue uno de ellos. En 1997, luego de un decenio de escribir artículos probatorios sobre el cártel de los Arellano Félix (puestos al descubierto por su acusación de que el principal pistolero contratado por los Arellano era David Barrón Corona, líder de la pandilla del Barrio Logan de San Diego), el automóvil de Blancornelas fue rociado de balas. Su chofer resultó muerto y él recibió cuatro impactos. Ahora viaja con una flota de guardaespaldas, que pudieron verse en pleno despliegue el año pasado en el Club de Prensa de Los Ángeles, cuando recibió el Premio de Periodismo Daniel Pearl al Coraje y la Integridad.

“Si estuviera asustado no escribiría”, dice Blancornelas en la austera sala de juntas de Zeta. “Pensé en retirarme, pero cuando vi que Jorge Hank iba a ser alcalde, me dije ‘tengo que seguir’ ”.

Actualmente ya casi han pasado veinte años desde el asesinato de Héctor Félix Miranda, pero éste sigue siendo el motor de la misión de Blancornelas en Zeta. Los asesinos de Félix están en la cárcel, pero el hombre que Blancornelas considera como el último responsable de ordenar el asesinato, Jorge Hank, no sólo está libre, sino que es el funcionario electo más alto de la ciudad. Para el editor, es una simple cuestión de atar cabos: los asesinos eran empleados de Hank, fueron pagados con dinero proveniente de Caliente y muchos creen que todavía sus familias están en la nómina de pago de Hank.

Vestido completamente de negro, Blancornelas se inclina hacia delante. “Si un animal tiene pico de pato, alas de pato, patas de pato y plumas de pato, ¿no diría usted que es un pato?”, pregunta mientras su boca se curva en una ligera sonrisa. “Si usted tiene guardaespaldas de mucha confianza, estos no van a actuar por su cuenta y decir ‘voy a matar así como así’. Algo que los guardaespaldas nunca deben hacer, es causar problemas a su jefe. Durante las investigaciones, se supo que salía dinero del hipódromo para estos asesinos que se habían dado a la fuga. Eso se probó. No hay duda.”

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Hace algunos años el caso fue reabierto por la Asociación Interamericana de Prensa en conjunción con la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El primer periodista de Zeta directamente involucrado en la investigación, fue Francisco J. Ortiz Franco, quien también publicó una serie de textos críticos sobre los Arellano. Ortiz fue asesinado a balazos en 2004. Hank fue el primer sospechoso pero, una vez más, nunca se levantaron cargos contra él.

“Ortiz Franco se encontraba revisando el documento para la comisión de derechos humanos”, dice Blancornelas. “Tenía todos los elementos para iniciar una nueva investigación. Así que establecimos el involucramiento de Hank en su muerte como una hipótesis. En noviembre, uno de los pistoleros de los Arellano fue detenido y declaró que no habían sido los hermanos Arellano, sino Hank. Todavía no lo hemos probado, pero sigue siendo nuestra hipótesis principal”.

Blancornelas se mudó a Tijuana en 1960 y dice que de la larga lista de alcaldes que le ha tocado experimentar, ninguno alcanza la ineficiencia e ineptitud de la administración de Hank. Ésta es una opinión que no duda en compartir con los lectores de Zeta. Una portada reciente rindió tributo al primer año de gobierno de Hank con el título “El peor alcalde en la historia de Tijuana”; y otra, el mes pasado, desplegó una fotografía de Hank con una pila de dinero en la mano, sobre la que se leía “Incapacidad, engaño y frraude”.

“La diferencia con Jorge Hank es que no es un político”, dice Blancornelas. “Nunca antes tuvo un puesto político. Tampoco es un administrador como algunos otros alcaldes que salieron del mundo de los negocios. Lo que significa, que no está acostumbrado al diálogo, a las pláticas, a la negociación o a escuchar a la gente que sabe cómo administrar o dirigir. Él sólo está acostumbrado a ordenar, a hacer lo que quiere; lo que piensa es lo que se supone debe hacerse”.

Clave para Blancornelas es la estrecha amistad familiar que Hank heredó de su padre con el jefe del PRI y actual candidato presidencial en México, Roberto Madrazo. Blancornelas cree que Hank quiso ser alcalde no por una aspiración política, sino por un mero capricho, un deseo personal que sólo pudo llevar adelante por su íntima relación con los cículos de poder de Madrazo. “Para un hijo del privilegio como es Hank”, afirma Blancornelas, “decir que quiere ser alcalde es como decir que quiere el último Mercedes-Benz. ‘Quiero ser alcalde’, y sucedió”.

Más allá de los motivos personales para exhibir y criticar a Hank, Blancornelas ve a la propia gente de Tijuana como su mayor víctima. Desde que Hank asumió el cargo, Tijuana ha sufrido una ola de violencia sin precedentes que, en 2005, incluyó un número record de secuestros públicos de prominentes hombres de negocios, asesinatos de oficiales de policía y, lo más sonado, la muerte del padre Luis Velázquez Romero, un sacerdote local conocido antes sólo por su trabajo social.

“Es la primera vez que Tijuana ha sido tan afectada por el peligro y la inseguridad”, dice Blancornelas, quien justamente acaba de publicar Estado de Alerta: los periodistas y el gobierno frente al narcotráfico. “La gente está siendo detenida, los policías municipales se han revelado como asesinos y criminales. Hay más miedo que nunca”.

De hecho, apenas unas horas antes, la tasa de asesinatos de Tijuana tuvo un incremento adicional. A menos de una milla del hipódromo Caliente de Hank, la camioneta pickup de Alfredo Cuentas Ochoa, director de la Compañía de Luz y Fuerza de Baja California, fue rociada con fuego de Ak-47 desde una Suburban azul y un Ford explorer dorado, luego de un fallido intento de secuestro. Cuentas murió y su hijo de 17 años quedó gravemente herido. Al día siguiente, imágenes del vehículo ensangrentado de Cuentas fueron mostradas en el noticiero nocturno y sus amigos programaron una marcha para protestar por una ciudad que, como dijera Zeta en una de sus portadas, ha quedado “fuera de control”.

Hank se encuentra sentado en el tendido de su plaza de toros privada. Es un cálido día de primavera en Tijuana y viste un sombrero vaquero negro, pantalones negros, su camiseta de marca roja, zapatos Oxford y un chaleco hecho con la piel de un animal que es difícil descifrar. ¿Anguila? ¿Cocodrilo? Al lado está la más chica de sus hijas, cuyo rubio pelo de ángel y el vaporoso vestido rosa que lleva resplandecen con el sol del atardecer. Si no fuera por el anuncio de Tecate que cuelga debajo de ellos, podrían ser el emperador y su heredera observando a un gladiador con un león, o el rey y la princesa de un retrato de la familia de Felipe IV, pintado por Velázquez.

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Todos los ojos están fijos sobre el centro del ruedo. Alejandro Amaya, el hijastro de 28 años de Hank — esbelto y ágil en su terno de torero — sostiene quieto su capote, mientras el toro le clava resoplando la mirada y rasca el suelo con sus pezuñas. El toro embiste, y Amaya le clava en la columna la espada que tenía escondida. Se puede oir el sonido del acero atravesando el pelo y la carne y, luego, con un elegante movimiento, la espada es retirada rápidamente. La sangre corre por el lomo del toro y atrapa el sol en sus ondas borboteantes. El toro trastabillea, luego se derrumba con un golpe seco. Amaya extiende sus manos hacia el toro en una dramática pantomima, coronando su faena con un desplante de bravura.

El toro yace ahora en la arena y las moscas se le pegan en enjambre. Los ojos en el tendido se vuelven hacia Hank, quien agradece el reconocimiento de la gente agitando orgullosamente la mano. Terminó la corrida. No hay nada más que ver. Las gradas se vacían pronto y Hank se dirige a una dispendiosa fiesta privada, que está en su auge bajo una enorme tienda de lona blanca. Al son de la música de una banda local, el aroma de los perfumes se entremezcla con el tintinear de las copas. El toro muerto, que pronto será un recuerdo distante, ya ha iniciado su descenso al sombreado suelo del paraíso.

Reiteradas solicitudes para poder incluir una entrevista con Jorge Hank Rhon en este trabajo, resultaron infructuosas. Al cierre de la edición, la última solicitud todavía permanecía sin respuesta. (Traducción, Lucía Luna)

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