Cubierto por el manto de la noche, Mario Justino se escondió detrás de un tambo de basura, con una pistola entre sus manos. Su corazón latía fuertemente mientras esperaba que el obispo Edir Macedo saliera de un edificio de Brooklyn, Nueva York, un antiguo cine también convertido en templo de la Iglesia Universal.

Luego de días infernales y noches sin dormir, Justino había estado esperando por meses esta oportunidad. Sólo una cosa alimentaba su deseo de vivir: dar muerte al obispo Macedo.

La mano de Justino apretó la pistola automática cuando el obispo salió del templo, pero por alguna razón no pudo jalar el gatillo. Macedo se alejó de ahí sin saber qué tan cerca estuvo de la muerte esa noche de verano de 1991. Nunca más intentó matarlo, pero Justino sí se convirtió en uno de sus detractores más empecinados.

Pastor de la Iglesia Universal por 11 años, Justino escribió sobre ese intento por acabar con el obispo Macedo y de sus problemas con el grupo en su libro Detrás de los vestidores del reino: La vida secreta dentro de la Iglesia Universal del Reino de Dios, publicado en 1995.

Nacido en Río, en el estado de Sao Goncalo, Justino se unió a la iglesia en 1980, cuando escuchó que un pastor local de la radio le prometió que “un milagro le espera”.

De origen afro-brasileño, vivía con su familia en un hogar pobre en las afueras de Río. A la edad de 15 años, a fin de trabajar de tiempo completo para la iglesia, renunció a una beca que le permitiría asistir a una escuela privada.

En 1980, esta iglesia apenas se iba expandiendo mas allá de Río y hacia estados vecinos. Como obrero -en realidad, un asistente de la iglesia-, Justino abría el templo muy temprano y barría los pisos.

En cuestión de meses, Justino se convirtió en pastor. Fácilmente podía llenar el antiguo teatro con nuevos conversos que eran atraídos por el mensaje de la iglesia, el cual era poner fin a sus sufrimientos.

A pesar de ser tan jovencito, Justino solía aconsejar a sus feligreses después de los servicios. Escuchaba sus problemas sexuales, un tema que conocía muy poco y que le era difícil sobrellevar.

Otro aspecto que lo incomodaba de sus responsabilidades pastorales era cuando pedía dinero a sus feligreses. Le angustiaba ver cómo gente que era tan pobre donaba la mayor parte de su dinero a la iglesia.

Pero de acuerdo con Justino, los pastores tenían que alcanzar ciertas metas de dinero.

Durante el culto, Justino predicaba en contra de la homosexualidad, que la iglesia considera algo malo y una señal segura de que una persona está poseída por demonios. En privado mantenía un romance con otro pastor.

En su libro, Justino cuenta sobre su amante gay, su esposa y un desliz adúltero que tuvo con otra mujer. En una ocasión, al ser Justino asignado a un templo de Nueva York, se enfermó y dijo en confidencia a un consejero de la iglesia de que tal vez tenía sida.

Macedo se enteró de que Justino había perdido peso con rapidez y que sufría de fiebres, así que lo expulsó de la iglesia.

Al preguntarle Justino el porqué, Macedo le respondió: “Por favor, no te hagas el tonto. Sabes muy bien por qué tienes que irte. Pero te refrescaré la memoria. ¡No te puedes quedar con nosotros porque tienes sida!”

Al poco tiempo de ser expulsado, Justino hizo su intento fallido de asesinato contra Macedo. Así, desamparado y convertido en un inmigrante indocumentado, se metió de lleno a consumir drogas como el 'crack' y la heroína, mientras deambulaba por las calles más peligrosas de Nueva York.

Sufrió una sobredosis de heroína y fue hospitalizado por un mes.

En el hospital, Justino recibía las visitas de Danusa, el único brasileño en el equipo de trabajo de Gay Mens Health Crisis, una organización que tiene varios programas de ayuda a los pacientes con sida. Danusa informó a Justino sobre los beneficios que le podía otorgar el estado, tales como el acceso gratuito a medicinas y una pensión mensual.

Justino logró rehabilitarse, y con ello menguó el odio que tenía al obispo Macedo y su iglesia. En 1998, Justino recibió asilo político, dado que lo podían matar si regresaba a Brasil.

Hoy Justino vive en un departamento en el Bronx y hace trabajo voluntario en un orfanato para ayudar a niños con sida. Dice que sólo está dando algo por las muchas veces que le quitó a aquellos pobres que daban hasta su último centavo cuando trabajaba con Macedo.

“Siento que ésta es mi contribución. Siento que estoy ayudando a la gente sin interés personal alguno”, dice Justino. “Es una ayuda que nunca di cuando era parte de la Iglesia Universal”.

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